Al pensar en nuestro propio ejercicio del liderazgo debemos tener en mente, más que los beneficios que conlleva, la profundidad del compromiso que representa...
Ser líder implica la posibilidad de influir sobre otros, de ser escuchada, de tomar decisiones que afectan a todo un grupo, a veces muy grande, de personas. En fin, caminar delante de otros que nos siguen y nos respetan, pero, ¡cuidado! Podríamos terminar pensando que lo único que nos define como líderes es que otros nos sigan, sin cuestionar nuestras acciones.
El Señor Jesús, como paradigma de maestro y líder, nos mostró un estilo completamente diferente. Aunque era el mismo Dios encarnado escogió la limitada forma humana para mostrarnos las actitudes y formas correctas a la hora de animar a otros a la obediencia y al cumplimiento de los propósitos eternos del Reino. Aunque hubiera podido escoger cualquier otra manera de aproximación, decidió relacionarse con los demás mediante la compasión y la humildad.
Tenemos abundante evidencia en los evangelios de los momentos en los cuales enseña, sana o exhorta, centrándose en la necesidad del otro y no en su propia fama. Es más, muchas veces sus acciones atentaban contra su tranquilidad y posición en medio del pueblo. Ayudar a otros en algunas circunstancias no era «estratégico», sin embargo lo asumió como parte integral de su misión al más alto costo: su propia vida.
En estos días en que asociamos las labores del liderazgo a complicadas fórmulas de promoción y mercadeo o a discursos enardecidos llenos de egocentrismo y engaño, bien nos caería reconsiderar el modelo de Jesús.
En su particular estilo el Señor incluyó:
Ser líder implica la posibilidad de influir sobre otros, de ser escuchada, de tomar decisiones que afectan a todo un grupo, a veces muy grande, de personas. En fin, caminar delante de otros que nos siguen y nos respetan, pero, ¡cuidado! Podríamos terminar pensando que lo único que nos define como líderes es que otros nos sigan, sin cuestionar nuestras acciones.
El Señor Jesús, como paradigma de maestro y líder, nos mostró un estilo completamente diferente. Aunque era el mismo Dios encarnado escogió la limitada forma humana para mostrarnos las actitudes y formas correctas a la hora de animar a otros a la obediencia y al cumplimiento de los propósitos eternos del Reino. Aunque hubiera podido escoger cualquier otra manera de aproximación, decidió relacionarse con los demás mediante la compasión y la humildad.
Tenemos abundante evidencia en los evangelios de los momentos en los cuales enseña, sana o exhorta, centrándose en la necesidad del otro y no en su propia fama. Es más, muchas veces sus acciones atentaban contra su tranquilidad y posición en medio del pueblo. Ayudar a otros en algunas circunstancias no era «estratégico», sin embargo lo asumió como parte integral de su misión al más alto costo: su propia vida.
En estos días en que asociamos las labores del liderazgo a complicadas fórmulas de promoción y mercadeo o a discursos enardecidos llenos de egocentrismo y engaño, bien nos caería reconsiderar el modelo de Jesús.
En su particular estilo el Señor incluyó:
- Una cosmovisión integral e integradoraUna visión amplia de qué hacer que involucre todas las dimensiones de la vida y el mundo, así como una consideración de la totalidad del ser humano, que nos conduzca a una intervención más rica y significativa. Las personas no somos fragmentos; somos un todo. Tenerlo en cuenta nos ayuda a buscar maneras más completas de servicio, que satisfagan no solamente las necesidades del alma, sino las del ser completo. Las mujeres, fuimos bendecidas con una visión amplia que incluye la comprensión de aspectos separados en forma integrada. Esta capacidad dada por Dios, nos debe ayudar a ejercer un liderazgo inclusivo.
- Sanas relacionesRelaciones que juegan un papel central en la vida de todo líder. Este es un aspecto frecuentemente tratado pero aún débil en la práctica. Es muy típico en nuestros días que estas se establezcan desde la autoridad y la jerarquía. A algunos les parece que una «apropiada distancia» favorece el respeto. Sin embargo, cuando lo comparamos con la propuesta del señor, nos sorprendemos al notar cuán cercano y accesible era con sus seguidores. Ellos le hablaban, le preguntaban, lo tocaban. Su posición de Maestro no le impidió jamás inclinar su oído a los pedidos de los necesitados y los débiles. De igual manera pudo establecer diálogos con los poderosos de su tiempo y con todo aquel que tuviera interés en su doctrina. Con honestidad y profunda compasión respondía preguntas y ofrecía su enseñanza. Estamos pues, desafiadas a seguir siendo cálidas, dispuestas a la escucha y solidarias, aun en la posición de líderes.
- Servicio sacrificialEl distintivo de un liderazgo cuya búsqueda fundamental era el bienestar integral de los seguidores y no el aumento del poder del líder. Sacrificio es una buena palabra para ilustrar la obra de Jesús. Su entrega a una causa le llevó a renunciar a sus privilegios divinos y a ceder derechos para lograr así revelar el carácter del Padre de una manera tangible y clara.
Es así, que al pensar en nuestro propio ejercicio del liderazgo debemos tener en mente, más que los beneficios que conlleva, la profundidad del compromiso que representa. Es un inmenso privilegio contar con el llamamiento y la capacidad que vienen del Señor a través de la obra del Espíritu. No es en nuestras habilidades y talentos que está nuestra fuerza; él es nuestra fuerza. ¡De esta manera podremos ser útiles en sus manos de amor!
por Marilú Navarro de Segura
por Marilú Navarro de Segura
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